El Eco de la Sombra: Un viaje interior

Plaza del Mar, El Toyo – Retamar – Almería

Ahí está. Mi sombra. ¿O seré yo? Es curioso cómo un simple juego de luz y pared te desdobla así, mostrándote una versión tuya que a veces ni reconoces en el espejo. Esta silueta oscura, ahí proyectada sobre el rojizo cálido del atardecer, parece más definida, más… entera, ¿verdad?, que esta carne y hueso que la crea. O al menos, es lo que siento. Siempre he vivido un poco entre dos mundos: entre lo que realmente soy y lo que parece que soy, entre el barullo de las expectativas ajenas y ese susurro casi inaudible de mi propia alma.

¿Y qué busca esta sombra, te preguntas? Pues, supongo que busca un propósito, como todos. Un lugar donde echar anclas en este grandioso mar que es la existencia, algo que le dé sentido a este chispazo fugaz de conciencia. Durante tanto tiempo, lo busqué fuera, ¿sabes? En el aplauso, en que me reconocieran, en tachar tareas de una lista que no era mía. Pero solo eran ecos. La búsqueda importante, esa que he aprendido con el paso de los años y algún que otro golpe, es hacia dentro. Es desenredar esa maraña de miedos que, sin darte cuenta, tejen tu propia jaula.

El miedo… sí, esa sombra pegajosa que no se te despega de los talones. Miedo a no estar a la altura, a meter la pata, a que te vean tal cual eres, con tus grietas y tus chispazos. Nos ponemos caretas, proyectamos fachadas, y al final, lo único auténtico que mostramos es una sombra que ni se parece a nosotros. Pero fíjate en esta sombra de la pared: no engaña. Es simple, directa. Es el contorno desnudo. Y me pregunto si la felicidad no estará justo ahí, en esa sencillez de ser solo ese contorno, sin añadir todas esas capas que nos complican la vida.

Y luego está la otra sombra, la del reflejo, esa casi transparente, en el cristal oscuro de la puerta. Esa es todavía más escurridiza. Representa todo lo que pudo ser, los caminos que dejamos sin pisar, todos esos «yoes» paralelos que danzan en el gran teatro de las posibilidades. A veces me quedo mirándola, pensando qué habría pasado si… Pero el «si» es un laberinto del que no sales. La vida es este instante exacto, esta sombra que puedo casi tocar y la otra que se diluye. La autenticidad, a lo mejor, pasa por aceptar que las dos son parte de ti: la que eres ahora y la que pudiste haber sido. Se trata de integrarlas.

Y el arte —para mí, la fotografía— es una forma de pillar al vuelo estas sombras, estos reflejos, estos momentos de verdad que se escapan. No es solo hacer una foto; es atrapar un sentimiento, una manera de vernos, un pedacito del alma del mundo o de la tuya misma. Es sentir con los ojos y ser a través de la cámara. Cada click es un acto de estar presente, una forma de decir: «Esto existió, esto lo sentí, esto soy yo aquí y ahora«. Y al compartirlo, al mostrar esa sombra mía de dentro en el lienzo del mundo, quizás encuentro a otras sombras que digan: «Eh, yo también».

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