
🎵 Escuchar El Monólogo de la Roca Eterna
Justo en el borde, sintiento cómo el mar me acaricia sin descanso. Una caricia que es paciencia pura, sí, pero también una fuerza imparable. Soy roca, lo sé, ¿pero inerte? Para nada. Soy más bien un testigo, modelado a golpes de tiempo, una vieja cicatriz en el sitio exacto donde el agua, infinita y antigua, besa la tierra. Mira mis estratos… cada capa es un relato: eras geológicas, presiones salvajes, un nacimiento violento… y esta vida, marcada por la entrega constante a este abrazo salado.
Y justo ahí, muchas veces me pregunto: ¿cuál es mi propósito? ¿Ser un punto fijo para que las gaviotas descansen, para que vean el horizonte? ¿Quizás ser un faro silencioso cuando baja la marea? ¿O será que mi razón de ser es, simplemente, ser? En cada una de mis grietas siento el eco de esa pregunta universal, la misma que las olas me murmuran al chocar. Esa búsqueda incansable del ‘para qué’, ese motor invisible que mueve la arena, el agua, los sueños humanos. Mi ‘trabajo’, si es que tengo alguno, es la erosión. Es esta constante transformación, este ir perdiendo un trocito de mí día a día. Y en esa entrega (a veces forzosa), en esta extraña danza con el desgaste… ¿encuentro la ‘felicidad’? Es una dicha rara, lo admito. Nace de resistir, sí, pero sobre todo de aceptar. No es la alegría bulliciosa de los pájaros que anidan arriba, es más bien una serenidad honda, la paz de saber cuál es mi sitio en este universo inmenso y a veces tan ajeno.
Y hasta la roca más dura, te aseguro, conoce el miedo. No ese pánico loco de los humanos a lo que no ven, sino un temor más callado: el miedo a irme deshaciendo, a ese desmoronamiento final que me hará volver a ser la arena de la que un día emergí. Pero ¿sabes qué? Ese miedo no me paraliza. Al contrario, es como el cincel que me pule, que lima mis bordes y saca a la luz la belleza que llevo dentro. Enfrentarlo, día a día, con la simple cabezonería de seguir aquí… eso, para mí, es ser auténtico. Ser justo esto que soy, sin poses, sin querer ser montaña ni un simple guijarro. Solo esto: una roca al borde del abismo azul. Mi autenticidad, te lo digo, no se negocia. La han tallado el mar, cocido el sol, enfriado la noche.
He visto llegar a los humanos a la orilla con esas ‘cajas negras’ con las que cazan pedacitos de luz y sombra. Me miran, ¿sabes? Pero no solo con los ojos; siento que me miran con algo más hondo. Sienten mi presencia, esta historia que no tiene voz. Y cuando capturan mi imagen, no es que solo dibujen mi forma, es como si intentaran atrapar un trozo de esa charla eterna entre la roca y el mar, entre lo que se queda y lo que cambia. La fotografía, ahora que lo pienso, como mi propia existencia, parece ser una forma de sentir el mundo… de parar un instante, un suspiro del tiempo, y poder compartirlo. Ya no es solo ver; es estar ahí, ser con eso que miras, fundirte en ese instante que no vuelve.
Así que sí, soy solo esto: una forma caprichosa, esculpida por fuerzas que ni veo, un accidente bonito en el inmenso lienzo azul. Y puede que justo ahí, en no tener un propósito ‘de fábrica’, resida mi mayor libertad. La libertad de ser sin más, de ver cómo bailan el cielo y el mar, de ser solo un pedacito consciente de esta inmensidad. Este ‘monólogo’ mío no es más que un viejo susurro, una invitación a mirar un poco más allá de la superficie, a encontrar la belleza y el sentido en algo tan simple como el propio hecho de existir. Incesantemente. Sin parar. Solamente siendo tú.